miércoles, 14 de diciembre de 2011

Vocación de Abraham Pg. 2

“Sal de la casa de tu padre”. Este padre es el demonio; porque según dice San Juan: “Quien comete el pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio” (1 Jn 3, 8). No porque él creó o engendró a los malos, sino porque imitan sus obras. “Vosotros hacéis lo que habéis oído a vuestro padre”, dice el Señor a través del Evangelio de Juan (8,38), o sea se es hijo de aquel  cuyas obras imitan.
            Este padre malaventurado vive en el mundo o sea en el corazón de todo aquel que hace el mal, según leemos en Job. “En la sombra duerme, y en lo secreto de la caña, y en los lugares húmedos”.
           “Sombra” son las riquezas porque no dan la felicidad que prometen, pones el corazón en ellas y experimentas sufrimientos y angustia y siempre tienes necesidad de más, las riquezas materiales son como sombra de la felicidad. “Caña” es la gloria de este mundo que cuando por fuera mayor parece, por dentro está más vacía, y aún lo que por fuera parece, es tan mudable que con razón se llama caña, que a todo viento se mueve. “Los lugares húmedos” son las almas que corren tras los deleites carnales donde el demonio haya posada; las codicias, honras y deleites son su aposento.

            Esta casa del demonio es nuestra propia voluntad. Salir pues, de la casa de nuestro padre es olvidar o dejar de hacer nuestra propia voluntad en la cual tenemos aposentado este mal padre, y abrazar con entero corazón la divina, diciendo: “Padre no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22,42).

            La causa de nuestras angustias, amarguras y tristezas es nuestra voluntad que quisiéramos que se cumpliese y nos hace sentir que estamos como en el infierno, por eso dice San Bernardo, “cese la voluntad propia y no habrá ya infierno”.

            Este es el pueblo enemigo nuestro, al cual llamamos mundo y que San Juan llama: “Soberbia de vida”, “codicia de carne” y “codicia de ojos”, y quien esto ama perecerá; más quien hiciere la voluntad de Dios, permanecerá para siempre; y San Pablo dice: “El que no tiene el espíritu de Cristo, no le pertenece” (Tm. 8,9); y por consiguiente será del mundo y Santiago dice: ¡Adúlteros! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues, que desee ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios. (Stg. 4,4).


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