viernes, 13 de enero de 2012

Melquisedec Pag. 13


Cuando el Génesis define a Melquisedec como <<sacerdote del Dios Altísimo>>. Está. Además, indirectamente evocando en la mención del diezmo que le ofreció Abraham: nunca se aplicaba el diezmo a los botines de guerra; respecto de estos regia, como máximo, el principio del <<anatema>> (herem), es decir, la consagración total a Dios, lo que implicaba la destrucción del botín en holocausto. El diezmo es el tributo permanente reservado a los sacerdotes.

            El sacerdocio de Melquisedec es eterno, sustraido a la genealogía temporal, como el de Cristo <<que es el mismo ayer, hoy y siempre>> (Hb 13, 8) y que con la resurrección vive eternamente. El sacerdocio de Melquisedec es nuevo y eficaz: el levítico, en cambio, era incapaz de cancelar definitiva y radicalmente el pecado, de modo que tenía que multiplicar los sacrificios y los ritos. El sacerdocio de Cristo es liberación plena, expiación perfecta, inauguración de la nueva alianza. El sacerdocio de Melquisedec es único: también el de Cristo, como Hijo, tiene en sí una unidad indiscutible y su sacrificio es <<de una vez por siempre>> (Hb 7, 26), porque puede eliminar de raíz el pecado. Además la función mediadora de Cristo es perfecta y definitiva, pues siendo <<santo, inocente y sin mancha, ha sido separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo>> (Hb 7,  26)

            El sacrificio de la Cruz es único, todas las posteriores liturgias eucarísticas no son sino la difusión ---experimentable  en el tiempo y en el espacio--- de aquel único sacrificio <<realizado de una vez por siempre>> y fuente de salvación y de redención a lo largo de los siglos. En toda Eucaristía, en toda liturgia, en todo sacramento, es Cristo quien se ofrece al Padre y quien nos salva: en todo sacerdote es Cristo quien se revela, quien habla y redime. Mediante la participación en el único sacerdocio <<según el orden de Melquisedec>>, que tiene en Cristo su realidad plena y perfecta, todos los sacerdotes ofrecen al Padre el único sacrificio de Jesucristo, presente en todas las eucaristías y en todos los sacramentos que se celebran en el fluir de los siglos y en el horizonte del espacio. Cuando participamos en la liturgia cristiana, recordamos a la vez idealmente la figura de Melquisedec, que ahora vive y actúa en Cristo.

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